El gran susto
Adaptación del cuento popular de
Suiza
¿Quieres conocer la
historia de un gran susto que terminó con sabor a bombón?
Una noche de verano
la pequeña Laura estaba tumbada en su camita. Hacía mucho calor, y como no era
capaz de dormir, se entretenía mirando la hermosa luna llena a través de la
ventana abierta, mientras pensaba:
– Es tan blanca y
luminosa… ¡Parece gran un farol alumbrando al mundo!
Estaba relajada y
feliz viendo el cielo cuando de repente, sobre la mesa de estudio que estaba
colocada bajo la ventana, distinguió una extraña silueta a contraluz. Se fijó
bien por si era una de sus muñecas, pero enseguida se dio cuenta de que no
porque… ¡la silueta en cuestión empezó a moverse de un lado a otro
descontroladamente!
Una horrible
sensación de espanto recorrió su cuerpo de pies a cabeza y se puso a chillar.
– ¡Aghgggggh!…
¡Socorro, socorro! ¡Hay un monstruo en mi cuarto! ¡Hay un monstruo en mi
cuarto!
La niña estaba fuera
de sí porque creía haber visto un ser terrorífico, pero en realidad se trataba
de un inofensivo ratón que se había colado en el dormitorio buscando miguitas
de pan.
———-
La reacción del
inocente animal al escuchar los gritos también fue de campeonato. Al primer
alarido dio un bote que casi tocó el techo; inmediatamente después salió
disparado a esconderse en el primer sitio que encontró, y este fue… ¡la cama de
Laura! Sin saber dónde se estaba metiendo, saltó al colchón y se deslizó entre
las sábanas, completamente aturdido y desorientado.
Fue entonces cuando
sucedió algo inesperado que complicó aún más la situación: sin querer, su
cuerpecito peludo rozó los pies de la niña y esta, al notarlo, empezó a dar
berridos aún más espeluznantes.
– ¡Aghgggggh!…
¡Aghgggggh!… ¡Mamá, mamá, ayúdame! ¡Ahora el monstruo se ha metido en mi cama y
quiere atacarme!
Desesperada, se
levantó de un salto y corrió a acurrucarse en un rincón de la habitación.
———-
Como te puedes
imaginar, tras el contacto con el supuesto monstruo la niña estaba
aterrorizada, pero… ¿y el ratón? ¡Pues el pobre también se llevó el susto de su
vida! Como nunca había visto un ser humano, cuando los pies fríos de Laura le
tocaron entró en pánico. Fue entonces cuando ella se levantó de la cama para
esconderse en el rincón, y él, con los pelos erizados como púas, aprovechó para
escabullirse en dirección opuesta. De hecho, corrió a mil por hora hasta que,
gracias a su agudo olfato, localizó el huequecito que comunicaba con su
madriguera.
La mamá ratona lo vio
llegar con lágrimas en los ojitos y temblando como una gelatina.
– Pero hijito, ¿qué
te ocurre? ¡Ni que hubieras visto un fantasma!
El joven roedor se
abrazó a ella.
– ¡Mamita, no sabes
lo mal que lo he pasado! Salí a buscar algo para comer y no sé cómo acabé en un
lugar donde había un monstruo enorme que no hacía más que gritar. ¡Ha sido la
peor experiencia de toda mi vida!
La ratona trató de
calmar a su hijo con una buena dosis de mimos. Acariciándole la cabecita, le
dijo:
– Tranquilo,
chiquitín, ya estás a salvo. La próxima vez tienes que tener un poquito más de
cuidado para evitar meterte en situaciones desagradables ¿de acuerdo?…
– Sí, mamá. ¡No
quiero ver un monstruo de esos nunca más!
– Claro que no, hijo
mío. Ven, voy a darte algo que sé que te gusta mucho para que te sientas mejor.
El ratoncito aceptó
con mucho agrado la pastilla de chocolate que le regaló su madre y comenzó a
roerla. Durante un ratito disfrutó como nunca el delicioso sabor a cacao
azucarado que tanto le entusiasmaba. Sin darse cuenta, se fue tranquilizando y
empezó a bostezar.
———-
Mientras tanto, la
madre de Laura, alertada por los chillidos, había acudido corriendo al cuarto
de la niña. La encontró en una esquina, sentada con la cabeza entre las piernas
y tiritando de miedo.
– ¿Pero qué te pasa,
cariño? ¿Qué haces ahí y por qué gritas de esa manera?
Laura se lanzó a sus
brazos.
– ¡Ay, mamá, ha
sucedido algo terrible! Había un monstruo en mi dormitorio y el muy desalmado
se metió en mi cama porque quería atacarme… ¡Estoy muy asustada!
La mujer la apretó
contra su pecho.
– Cariño, ¡los
monstruos no existen! Respira hondo que ya pasó todo. Fíjate bien, ¡aquí no hay
nadie!
– Pero mamá…
– Los monstruos
solamente viven en los cuentos, son de mentira. Venga, vuelve a la cama que yo
me quedaré contigo hasta que te duermas ¿de acuerdo?
Laura apoyó la
cabecita en la almohada y su mamá le dio un beso en la frente; después, la
señora metió la mano derecha en el bolsillo de su bata.
– ¡Uy, lo que tengo
aquí escondido!… ¡Como sé que te encanta, dejaré que te lo comas antes de
dormir para que se te pase el disgusto!
Envuelto en un papel
de color plata sacó… ¡un trocito de chocolate! La pequeña se puso contentísima
porque era lo que más le gustaba en el mundo mundial. Lo pegó al paladar y lo
fue saboreando muy despacio hasta que no quedó ni un poco. ¡Estaba tan
delicioso!… Gracias a la compañía de su madre y al regalito sorpresa, los
miedos se evaporaron como el humo y desaparecieron.
———-
Por fin el silencio
se apoderó por completo del hogar, y tanto el ratón como la niña se quedaron
tranquilamente dormidos, cada uno en su cuarto, cada uno en su cama, cada uno
con su mamá, pero ambos con el mismo sabor a chocolate en la boquita.
Y así, entre dulces
sueños, termina este bonito cuento que, como ves, confirma algo que todos
sabemos: ¡los monstruos no existen! Lo que no aclara bien es la otra cuestión: ¿quién
asustó a quién?
FÍN
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